domingo, 27 de enero de 2013

Poder y regímenes en el mundo árabe contemporáneo

Esta semana hemos contado en el Máster RelMed con las extra-mega-super-hiper interesantes clases del profesor Ferran Izquierdo de la Universitat Autonòma de Barcelona. La verdad es que todavía me encuentro en proceso de digestión de toda la información recibida.. Yo que era de por sí propensa a la "conspiranoia", asistir a estas sesiones ha sido ya lo que me faltaba para no creerme nada de lo que nos cuentan sobre el mundo y las relaciones internacionales. Su clara y objetiva explicación del conflicto árabe-israelí y su teoría sobre las relaciones de poder  han sido sin duda de lo más interesante que he oído en los últimos tiempos y, sobretodo sobre esta última, espero indagar más. Os dejo la introducción de uno de sus muchos libros que podéis descargar gratis en la página del CIDOB, "Poder y regímenes en el mundo árabe contemporáneo", el cuál espero tener tiempo para leer muy pronto porque tiene muy buena pinta. 
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"El siglo XXI comenzó con las miradas dirigidas hacia el mundo árabe y Oriente Medio. Sin embargo, esto no se debía al poder e influencia de los estados y sociedades de la región, sino, todo lo contrario, a su debilidad. La debilidad de las sociedades de Oriente Medio, incluida la iraní, ha convertido esta zona en el escenario privilegiado de la competición global por el poder. La región sufre de forma cotidiana las dinámicas violentas reflejo de tensiones globales. Una de las causas es el petróleo, pero no es la única. Otros factores como los sistemas de poder autoritario, herederos de los procesos coloniales y de liberación, y las injerencias exteriores, están en el origen de las difíciles condiciones de vida que la población árabe y mediooriental ha soportado durante generaciones.
La historia del mundo árabe contemporáneo es un fiel reflejo de las tensiones provocadas primero por el colonialismo europeo y después por el capitalismo globalizado. El poco éxito de las experiencias modernizadoras en el mundo árabe puede resumirse en la derrota de Muhammad Ali y su intento de crear un foco de desarrollo en el Egipto de principios del XIX. Siguiendo el ejemplo modernizador de las élites europeas, Muhammad Ali convirtió a Egipto en una potencia militar, política y económica. Sin embargo, tanto Londres como el sultanado otomano vieron en aquel crecimiento una amenaza para su poder y sus intereses. Así, los dos imperios se aliaron para someter nuevamente a Egipto al dominio de ambos. La victoria se expresó de forma explícita en la prohibición de continuar con el proceso industrializador y la obligación de desmantelar todas las manufacturas que pudieran implicar una competencia con la producción británica, poniendo punto y final a la experiencia modernizadora.
La capitulación de Muhammad Ali es seguramente también uno de los mejores ejemplos de la hipocresía colonial europea. Las élites de Londres y París justificaban su expansión como una «misión civilizadora » que debía llevar la modernidad política y económica al mundo no desarrollado. Sin embargo, cuando una sociedad del Sur conseguía entrar en el camino de la industrialización, estas mismas potencias no dudaban
en utilizar la cañonera para impedirlo. El desarrollo era una puerta a la independencia, por lo que era inadmisible para las potencias imperialistas y para el capital que ya se estaba mundializando.
El período colonial europeo en el mundo árabe fue una de las épocas más turbulentas de la región. Los colonialismos británico y francés se impusieron al mismo tiempo que estallaban las reivindicaciones de independencia en muchas de las sociedades árabes. El fin del Imperio otomano, derrotado por Gran Bretaña y Francia en la Primera Guerra Mundial, fue provocado también por la gran revuelta árabe por la independencia que tuvo lugar durante la guerra. Sin embargo, en la paz de París que siguió a la Gran Guerra, Londres y París no concedieron a los árabes la misma autodeterminación que sí aceptaron para las poblaciones europeas. Muy al contrario, las dos potencias mantuvieron su control sobre buena parte del norte de África, y se repartieron Oriente Medio e impusieron el sistema de mandatos sobre su población. Pero las luchas por la independencia no cesaron y las revueltas en Egipto (1919), Irak (1920), Siria (1925), el Rif (con Abd al-Karim de 1920 a 1925) o Palestina (1936-1939) fueron sanguinariamente reprimidas, sin dudar en algunos casos incluso en realizar bombardeos masivos contra la población civil, instaurando una práctica que aún persiste en la actualidad.
Si bien en esta época la inestabilidad en Oriente Medio y el Norte de África fue provocada principalmente por actores externos, a mediados del siglo XX, las independencias darían paso a la entrada en escena de nuevos actores. La creación de nuevos estados y la consolidación de la soberanía en los ya existentes desencadenaron la competición por el poder de las élites de cada uno de estos países. En general, estas nuevas élites eran débiles y poco homogéneas, por lo que la lucha entre ellas por lograr una posición dominante fue feroz. Esta pugna coincidió con el proceso de creación y fortalecimiento de los aparatos estatales, y con el esfuerzo de las propias élites por ganar legitimidad dando respuesta a las necesidades de una población que contaba con la capacidad reivindicativa heredada del período de lucha anticolonialista. Una y otra di námica favorecieron la concentración de los recursos de poder en el Estado y en manos de las élites que consiguieron hacerse con su control. Pero estas luchas también potenciaron la imagen de inestabilidad de la región, debido a los golpes de Estado, las represiones, las depuraciones y las injerencias ideológicas, políticas e incluso militares entre países vecinos. En los años cincuenta y sesenta, esta competición por el poder se regionalizó con choques entre aquellos dirigentes que contaban con la capacidad para luchar por el liderazgo del mundo árabe desde Egipto y Arabia Saudí, y en menor grado desde Siria e Irak. Sin embargo, una vez que estas competiciones tuvieron unas élites ganadoras que consiguieron concentrar el poder y establecer los regímenes de control de los estados y las sociedades, la turbulencia se vio sustituida por una estabilidad conservadora que perdura todavía hoy en día. Muestra de ello es que en muchos casos podemos hablar de élites que permanecen en el poder durante décadas. Como veremos, el control del Estado, la renta, el recurso a la represión y, en algunos casos también la ideología, permitió a los regímenes asentarse en el poder. A ello se le sumaron las alianzas con el exterior. Los apoyos de Washington y de Moscú durante la guerra fría, o de Estados Unidos y los gobiernos europeos en la actualidad, son sabiamente utilizados por los regímenes para asegurar su dominio.
Aun así, cuando dirigimos la mirada hacia Oriente Medio y el sur del Mediterráneo acostumbramos a recibir una imagen de inestabilidad, y violencia que contradice el estancamiento cenagoso de los regímenes autocráticos. Esta inestabilidad vuelve a tener principalmente causas exógenas, como las intervenciones militares, políticas y económicas norteamericanas, o la continuación de la colonización israelí de los territorios palestinos y sirios. La estabilidad nacional de los regímenes autoritarios árabes se ve alterada sobre todo por factores externos, salvo en las pocas ocasiones en que las crisis económicas provocan estallidos de protestas (o cuando algún grupo terrorista atenta contra la población, lo que nunca ha supuesto una amenaza real para las élites en el poder). En estos casos, como veremos, los regímenes utilizan distintos
mecanismos para asegurar su posición, como la cooptación de algunos líderes de la oposición, la aplicación de medidas de liberalización muy limitada y, también, la represión.
Vemos, pues, que los regímenes autoritarios árabes y sus élites han desarrollado una gran capacidad de supervivencia y estabilidad que contradice la imagen que nos llega de una región en constante agitación. Se impone, pues, un análisis que sitúe cada dinámica en su contexto y nos permita comprender estas sociedades tan cercanas, pero que al mismo tiempo generan tantas ideas preconcebidas e interpretaciones erróneas en Occidente.
El objetivo de esta obra es realizar un estudio de las relaciones de poder que definen los regímenes políticos en el mundo árabe actual, y proponer un enfoque y una metodología universales que superen estos prejuicios. La historia del mundo árabe contemporáneo se trata muy a menudo como una anomalía dentro del sistema internacional. Haciendo uso de una perspectiva heredera del orientalismo, que ya denunció Edward Said, se continúa analizando esta región y sus habitantes como un hecho exótico, complejo y sorprendente que no encaja en los parámetros habituales. Incluso se han construido aparatos teóricos específicos para ello. Sin embargo, el análisis de las dinámicas políticas y sociales de un país no puede basarse en una teoría específica para cada región. Los mismos instrumentos utilizados para estudiar e interpretar las sociedades europeas deberían ser válidos para las sociedades orientales, las del sur o las de otras épocas. Al fin y al cabo, las sociedades, a pesar de sus particularidades y diferencias, construyen su historia de acuerdo a dinámicas y tensiones muy similares. La Historia, las historias de todas las sociedades, se escriben principalmente en los momentos puntuales de grandes transformaciones, que tienen lugar cuando la población ve la necesidad de luchar por sus condiciones de vida y es capaz de movilizarse para mejorarlas. Y normalmente, después de las revoluciones que provocan los cambios, las sociedades se sumen en la calma de los grandes períodos de inmovilidad política en los que solo unas pocas personas —las élites— rivalizan por el poder. Estos períodos perduran hasta que la población vuelve a tener la capacidad de movilizase y provocar otro momento de renovación, recomenzando el ciclo.
Para comprender las dinámicas sociales, políticas, ideológicas y económicas en estas sociedades, como en cualquier otra, es necesario, por lo tanto, analizar las causas de este estancamiento, y también las fuerzas que intentan transformarlas. La democratización de algunos regímenes árabes que se anunció a principios de los años noventa parece haber quedado bloqueada por la resistencia de las élites a ceder su poder.
El análisis de las causas de este bloqueo nos conduce a la necesidad de identificar las élites y los movimientos sociales más influyentes en cada sociedad y su posición respecto al sistema político. Este libro presenta, en primer lugar, una propuesta teórica y metodológica que nos permite ofrecer una perspectiva general sobre el poder y los regímenes políticos en el mundo árabe actual. Los capítulos siguientes analizan la realidad en nueve países árabes con sistemas políticos, económicos y sociales muy distintos entre sí, ofreciendo una visión detallada y comparada de las dinámicas de las relaciones de poder en el mundo árabe. El Magreb está representado por tres países cuyos contrastes nos ayudarán a ver las diferencias, pero también las similitudes en sus estructuras de poder: Argelia, Marruecos y Mauritania —un régimen asentado en la renta, un régimen monárquico y un tercero basado en el poder de los militares y las estructuras tribales que tras una breve experiencia de democracia representativa regresó al viejo juego controlado por los generales—. Los regímenes de Egipto y Arabia Saudí no podían faltar en este estudio, por su peso intrínseco en el mundo árabe y por tratarse de dos modelos paradigmáticos de concentración del poder en manos de unas élites muy reducidas. El Creciente Fértil ofrece también enormes contrastes: Siria y la república hereditaria de los Assad, Líbano con su democracia basada en las diferentes comunidades, la división interna palestina, y la estable monarquía hachemí de Jordania. La comparación de los distintos casos permite apreciar que a pesar de la imagen de homogeneidad que ofrece en ocasiones el mundo árabe, la multiplicidad de modelos y la heterogeneidad de los regímenes es una realidad. Aun así, al mismo tiempo, también podemos observar algunas estrategias comunes en las élites para asegurar su permanencia en el poder, que incluso podrían extrapolarse a muchos otros regímenes de fuera de la región. Esto nos reafirma en la necesidad de aplicar una metodología y una pauta de análisis que sean útiles de forma universal, huyendo de las teorías específicas para cada caso."

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