jueves, 26 de enero de 2012

La invención del pueblo judío

- by Harris Clark
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El mito fundamental del sionismo es el regreso del pueblo judío a su tierra. Según dicho mito, El pueblo soberano fue conquistado y exiliado a lo largo y ancho del orbe pero se mantuvo marginal y unido, inspirado por la memoria de su antigua soberanía. A finales del siglo XIX, el pueblo judío inició su retorno, que culminó en la dramática creación del Estado de Israel en 1948, dando cumplimiento al anhelo de dos milenios. El historiador de la Universidad de Tel Aviv Shlomo Sand, en su notable libro La invención del pueblo judío, explora el trabajo académico pasado y presente para refutar la historiografía sionista subrayando su carácter mitológico, y nos cuenta en cambio la historia de una minoría religiosa y de su credo oscilante entre el proselitismo y la conversión, sujeta a las mismas fuerzas sociales que afectan a cualquier otra minoría religiosa.
"Los judíos Saben a ciencia cierta que una nación judía ha existido desde que Moisés recibió las tablas de la ley en el monte Sinaí, y que son sus descendientes directos y exclusivos (con excepción de las diez tribus, que todavía no se han encontrado). Están convencidos de que esta nación "salió" de Egipto, conquistó la "Tierra de Israel" (...) También están convencidos de que esta nación fue exiliada, no una vez sino dos, después de su periodo de gloria —tras la caída del primer templo en el siglo VI a.C., y de nuevo tras la caída del Segundo Templo, en el año 70 d.C. (…) "Creen que ese pueblo —su "nación", que debe ser la más antigua— vagó en el exilio durante casi dos mil años y, sin embargo, a pesar de esta prolongada estancia entre los gentiles logró evitar la integración o asimilación en el seno de éstos (...)
"Entonces —sostienen—, a finales del siglo XIX una circunstancias excepcionales se combinaron para despertar al viejo pueblo de su largo letargo y prepararlo para el rejuvenecimiento y para el retorno a su antigua patria. Y, de ese modo, la nación comenzó a regresar con alborozo (…)
"(...) Cierto, algunas personas a las que nadie había invitado se habían instalado en esta tierra, pero dado que "durante toda su Diáspora el pueblo se mantuvo fiel a ella" por espacio de dos milenios, la tierra de Israel pertenecía sólo al pueblo judío y no a ese puñado de gentes sin historia que simplemente se habían tropezado con ella. Por lo tanto, las guerras libradas por la nación errante para conquistar el país estaban justificadas, la violenta resistencia de la población local fue criminal, y solo merced a la (muy bíblica) misericordia de los judíos les fue permitido a esos extranjeros permanecer y vivir en el seno y al lado de la nación que había regresado a su idioma bíblico y a su tierra maravillosa".
Sand subraya la finalidad reaccionaria a la que sirve el mito.
"Dominado por el particular concepto de nacionalidad propio del sionismo, sesenta años después de su creación el Estado de Israel todavía se niega a verse a sí mismo como una República al servicio de sus ciudadanos (...) La excusa para esta grave violación de uno de los principios de la democracia moderna, y para la preservación de una etnocracia desbocada manifiestamente discriminatoria contra algunos de sus ciudadanos, se basa en el mito activo de una nación eterna que en última instancia debe congregarse en su tierra ancestral".
La ausencia de pruebas de expulsión, y la preeminencia —socavadora del mito— de la conversión y el proselitismo en la historia de la comunidad judía, demuestran que los judíos y el judaísmo eran iguales a cualquier otra minoría religiosa y a su credo. Los babilonios, efectivamente, deportaron a la élite judía cuando conquistaron el reino de Judá en el siglo VI a.C., pero ni babilonios ni asirios deportaron a poblaciones enteras. El templo fue reconstruido y Jerusalén devastada por los romanos cuando éstos aplastaron la revuelta zelote en el año 70 d.C., pero "en ningún lugar de la abundante documentación romana se halla mención alguna sobre ninguna deportación de la población de Judea". Tampoco la revuelta de Bar Kochba terminó en expulsión. "Es probable que se llevaran a los combatientes cautivos, y otros seguramente huyeron (...) pero las masas de Judea no fueron exiliadas en el año 135 d.C."
Los historiadores nacionalistas (Heinrich Graetz a mediados del siglo XIX, Simon Dubnow a finales del XIX y principios del XX, Salo Baron a mediados del siglo XX) no vincularon los conceptos de exilio y destrucción. Graetz y Dubnow se hicieron eco del dramático relato de Flavio Josefo sobre la destrucción de Jerusalén; Baron fue más académico, pero buscó sobre todo "evitar una conexión entre el fin de Judea como entidad política y la desaparición de la ‘nación étnica’ judía, que ‘nunca encajaba completamente en los patrones generales de las divisiones nacionales’. Así pues, los judíos son un pueblo con un pasado extraordinario diferente de cualquier otro pueblo". Los historiadores sionistas (Yitzhak Baer y Ben-Zion Dinur, de la Universidad Hebrea, mediados del siglo XX) no abonaron la tesis de la expulsión en el año 70, pero la trasladaron a una fecha posterior a la conquista árabe del siglo VII d.C., tal como veremos más adelante.
El rápido crecimiento de la población judía en todo el Mediterráneo oriental antes del año 70 d.C. plantea otro problema para los historiadores nacionalistas. Para explicar ese crecimiento, La perspectiva sionista establece una lista de posibles causas que, en orden decreciente de importancia, comprende las deportaciones, las emigraciones para huir de la penuria, la emigración voluntaria, y, por último, un movimiento de proselitismo y de conversión que culminó en el siglo I d.C. Sand afirma que el último factor fue con mucho el más importante, a pesar de la visión convencional según la cual el judaísmo sería una religión no proselitista y aislante. En una disertación heterodoxa impartida en la Universidad Hebrea en 1965, Uriel Rapaport afirmó categóricamente: "Habida cuenta de su gran escala, la expansión del judaísmo en el mundo antiguo no puede explicarse por el crecimiento natural de la población judía, por la migración de judíos desde su patria, o por ninguna otra explicación que no incluya la adhesión de extranjeros al seno de la comunidad religiosa judía". “Rapaport se unió a una tradición historiográfica (no judía) que incluía a los grandes eruditos de la historia antigua", los cuales “afirmaban, para usar las palabras fuertes de Theodor Mommsen, que ‘el judaísmo antiguo no era en absoluto exclusivo; al contrario, era tan proclive a propagarse como el cristianismo y el Islam lo serían en el futuro’”. La tesis "fue bien recibida en la Universidad Hebrea" en 1965, "antes de la guerra de 1967, antes del endurecimiento del etnocentrismo en Israel, y más tarde en las comunidades judías del mundo occidental".
La expansión mediante la conversión fue la práctica principal de la dinastía de los Asmoneos, fundada en 165 a.C. La historiografía sionista "presentó al judaísmo como opuesto al helenismo y describió la helenización de las élites urbanas como una traición". Sin embargo, "lo que los Macabeos expulsaron de Judea no fue el helenismo sino el politeísmo. Los asmoneos y sus estructuras de poder eran irreductiblemente monoteístas y típicamente helenísticas". "El helenismo inyectó al judaísmo el elemento vital del universalismo antitribal, que a su vez reforzó el apetito de los gobernantes por propagar su religión (...) Los asmoneos no se proclamaban descendientes de la Casa de David y no veían ninguna razón para emular la historia de Josué, el mitológico conquistador de Canaán”. Los asmoneos conquistaron Palestina central y meridional, convirtieron a sus habitantes por la fuerza y más tarde hicieron lo mismo en Galilea. A principios del siglo III a.C. se inició en Alejandría una traducción griega de la Biblia: el judaísmo se estaba "convirtiendo en una religión multilingüe”. "No es exagerado afirmar que, de no haberse producido la simbiosis entre judaísmo y helenismo, que fue lo que más que ningún otro factor transformó al judaísmo en una religión dinámica y de propagación durante más de trescientos años, el número de judíos en el mundo de hoy sería aproximadamente el mismo que el número de samaritanos." "La Mishna, el Talmud y numerosos comentarios rebosan de declaraciones y debates destinados a convencer al público judío de que acepte a los prosélitos y los trate como a iguales.” Parte de la competencia del cristianismo con el judaísmo en el siglo I d.C. surgió de la "mitología sobre la idea de que los judíos habían sido exiliados como castigo por haber rechazado y crucificado a Jesús", que data de los escritos de Justino el Mártir en el siglo II y que reprodujeron otros escritores cristianos.
Cuando el cristianismo se convirtió en la religión del Estado bizantino bajo Constantino I, "el estatuto jurídico de los judíos no se alteró drásticamente”, pero los edictos represivos contribuyeron al declive del judaísmo. Además, "los creyentes judíos comenzaron a adoptar la noción de exilio como castigo divino". "El concepto de exilio llegó a moldear las definiciones del judaísmo rabínico con respecto al creciente poder del cristianismo." El “futuro que habría de abolir el exilio era totalmente mesiánico y quedaba por completo fuera del poder de los judíos humillados”. La población judía comenzó a disminuir cuando las ganancias por proselitismo se convirtieron en pérdidas por conversión al cristianismo.
Para los historiadores sionistas, todavía "era necesario disponer de un exilio forzado, de lo contrario sería imposible comprender la historia ‘orgánica’ del pueblo judío ‘errante’ (...) El comienzo del ‘exilio-sin-expulsión’ (...) comenzó sólo con la conquista árabe. Esto ayudó "a reducir al mínimo el tiempo de exilio para maximizar la reclamación nacional de propiedad sobre el país”. "Según Dinur, el país cambió de manos debido exclusivamente a ‘la incesante penetración en el país de gentes del desierto, a su fusión con sus exóticos elementos (sirio-arameos), a la adopción de la agricultura por parte de los nuevos conquistadores y a su apropiación de tierras judías’”. Sin embargo, “Dinur exhibe una “embarazosa falta de fuentes documentales en su empeño por fundamentar su tesis” acerca de una expulsión de los judíos a instancias de los musulmanes. La drástica disminución de la población judía "tras la conquista musulmana del siglo VII (...) no se debió a que los judíos fueran expulsados del país, un hecho sobre el que no existe la más mínima evidencia en las fuentes históricas".
La confiscación de tierras fue mínima debido a que el ejército conquistador era relativamente pequeño y tras su victoria partió rumbo a nuevas campañas. Además, los conquistadores tenían una "actitud bastante liberal hacia las religiones de los pueblos derrotados, siempre que fueran monoteístas, por supuesto". A cristianos y judíos solo les exigían el pago de un impuesto de capitación. A falta de otras pruebas, "es razonable suponer que en Palestina / Tierra de Israel se inició un lento y moderado proceso de conversión al Islam que supuso la desaparición de la mayoría judía en el país".
Sobrepasado por los flancos en el Mediterráneo, el judaísmo se expandió en los márgenes del cristianismo. La poderosa tribu y reino de Himyar, que de hecho gobernaba Yemen, se convirtió al judaísmo en el año 378, y una dinastía judía gobernó hasta el primer cuarto del siglo VI d.C. Es probable que los himyaritas fueran el origen de la tribu de los judíos falasas etíopes. En 525 el reino Himyar fue conquistado por el reino cristiano de Aksum, situado al otro lado del Mar Rojo, en la Etiopía moderna. En 570 la zona fue conquistada por los persas, que paralizaron su cristianización, pero el país no se convirtió al zoroastrismo. Cuando los ejércitos islámicos llegaron en el año 629 se encontraron con una población cristiana y judía, y "el profeta les advirtió en una carta que no obligaran a la población local a convertirse al Islam".
Los judíos Himyaritas fueron la base histórica de los judíos yemeníes. Baron escribió "varias páginas acerca de ‘los antepasados de la judería del Yemen’, y trató de varias maneras de justificar el duro trato que aquellos judíos yemeníes dispensaron a los cristianos", por ejemplo en el caso del rey Dhu Nuwas, que masacró a 20.000 personas por rechazar la conversión. Esta masacre fue objeto de debate en un programa de la BBC sobre los himyaritas y provocó las protestas de la Junta de Delegados de la judería británica, cuyo portavoz descalificó a Dhu Nuwas tachándolo de "renegado converso". "De todos es sabido que el judaísmo no es una religión proselitista" sostuvo el portavoz de la Junta de Delegados. La BBC recibió el apoyo de historiadores israelíes, uno de los cuales afirmó: "Él el rey Dhu Nuwas masacró efectivamente a muchos cristianos. El volumen de conocimientos sobre ese asunto es cada vez mayor. La tribu se convirtió a finales del siglo IV, y en aquellos días el judaísmo se consideraba misionero. Es un asunto sensible desde un punto judío ¡sionista!”. Los himyaritas desaparecieron de la historiografía sionista.
"La monumental compilación de Dinur titulada Israel en el exilio se abre en el siglo VII d.C. con ’el pueblo judío camino al destierro’, de manera que el anterior reino judío al sur de Arabia desaparece. Algunos académicos israelíes cuestionaron el carácter judío de los himyaritas, que probablemente no eran enteramente rabínicos, mientras que otros estudiosos simplemente pasaron por alto este problemático capítulo de la historia. Los libros de texto publicados en Israel tras la década de 1950 no mencionaban el reino meridional proselitizado".
Haim Zeev Hirschberg, académico israelí especializado en los judíos árabes, afirmó que ’los judíos que llegaron de la Tierra de Israel (...) eran el alma viva de la comunidad judía del Yemen (...) decidían sobre todos los asuntos". Sand sostiene que "Hirschberg no tenía la menor prueba sobre el número, caso de haber alguno, de “judíos de nacimiento" existentes en las diferentes clases de la sociedad Himyarita, ni sobre el origen de los que abrazaron la fe judía. Pero en Hirschberg el imperativo etnocéntrico era más fuerte que su formación histórica, y le exigía concluir su trabajo con la ’llamada de la sangre’". Los historiadores yemeníes, en cambio, “insisten en que los judíos del Yemen son ‘una parte inseparable del pueblo yemenita. Estas gentes se convirtieron y adoptaron la religión judía en su patria, que por aquel entonces practicaba la tolerancia religiosa’".
El norte de África constituyó otro exitoso capítulo de proselitismo judío, probablemente a partir de los sobrevivientes fenicios del saqueo romano de Cartago. Existen pruebas arqueológicas y epigráficas sustanciales que dan fe de la existencia de vida religiosa judía. Los años 115-17 fueron testigo de una "revuelta mesiánica anti-pagana a gran escala" dirigida por un rey judeo-helenístico. Los emperadores romanos Severos de los siglos II y III eran oriundos del norte de África y practicaban una política filo-semita. Los escritores cristianos norteafricanos Tertuliano y Agustín reconocieron la fuerza del judaísmo.
Una reina bereber judía llamada Dihya al-Kahina agrupó a las tribus del este de Argelia y derrotó al general omeya Hassan ibn al-Numan en 689. Cinco años más tarde, las tropas de éste la mataron en el campo de batalla y sus hijos se convirtieron al Islam, uniéndose a los conquistadores. En el siglo XIV Ibn Khaldun escribió sobre el reinado de Dihya al-Kahina y describió a las tribus bereberes judías que habitaban el territorio comprendido entre la moderna Trípoli y Fez, en Marruecos.
"Estas áreas tribales coinciden aproximadamente con los lugares donde las comunidades judías persistieron hasta los tiempos modernos". En el relato de Sand, Hirschberg excluyó esta historia, y con ella a la reina bereber, así como las pruebas de la ascendencia bereber judía. "Su esfuerzo constante por demostrar que los judíos eran una nación étnica arrancada de su antigua patria (...) satisfacía el imperativo de la historiografía sionista dominante (...) que constituía la "fuente científica" de los "libros de texto estándar de historia del sistema educativo israelí".
Descartada esa historia, aún queda un "gran enigma en los textos de historia de Israel (...) la existencia en Hispania de una comunidad judía tan numerosa". La evidencia lingüística sugiere que ’los judíos sefarditas son mayoritariamente descendientes de árabes, bereberes y europeos convertidos al judaísmo". Además, "el hebreo y el arameo hicieron su aparición en los textos judíos europeos sólo en el siglo X d.C. y no fueron producto de una evolución lingüística autóctona previa. Eso significa que los exiliados o emigrados de Judea no se establecieron en Hispania en el siglo I ni introdujeron su lengua original”. Los judíos ibéricos dieron la bienvenida a sus conquistadores musulmanes por lo que suponían de respiro respecto al cristianismo visigodo, y la afluencia bereber, junto con un mayor proselitismo, incrementó la población judía hasta que la conversión al Islam se impuso. Ésta se vio contrarrestada sustancialmente por la inmigración "de judíos procedentes de todo el sur de Europa y en mayor número aún del norte de África", motivada por la "admirable simbiosis entre judaísmo y arabismo tolerante en el reino de Al-Andalus y en los principados que lo sucedieron".
Los prosélitos Himyaritas y bereberes palidecen ante los jázaros, que gobernaron desde el siglo IV a lo largo del Volga y al este de Ucrania en la península de Crimea y en la Georgia moderna. La Ruta de la Seda y el Don y el Volga dieron al reino un comercio rico y floreciente, así como los medios para mantener un poderoso ejército. Aunque el “lenguaje jázaro consistía en dialectos huno-búlgáricos más otros dialectos de la familia turca", “no hay duda (...) de que la lengua sagrada de los jázaros y su lengua de comunicación escrita era el hebreo”. Los jázaros se convirtieron gradualmente al judaísmo entre mediados del siglo VIII y mediados del siglo IX, y lo hicieron por la misma razón "que explica la conversión de Himyar (...) a saber, el deseo de seguir siendo independientes frente a poderosos imperios expansivos (...) Si los jázaros hubieran abrazado el Islam (...) se habrían convertido en súbditos del califa. Si hubieran permanecido paganos, los musulmanes los habrían marcado para la aniquilación (...) El cristianismo, por supuesto, los habría convertido en tributarios del Imperio Oriental”. La conversión al judaísmo se inició con la élite, y con el tiempo abarcó a la mayor parte de la población. El judaísmo jázaro era sustancialmente rabínico, aunque también es posible que floreciera el judaísmo Kairate, una secta similar al protestantismo que considera a la Biblia hebrea como la única autoridad.
A semejanza de Al-Andalus, "el poder jázaro protegió a judíos, musulmanes, cristianos y paganos". A finales del siglo X y principios del XI, Kiev, hasta entonces territorio vasallo del poder jázaro, se alió con Bizancio y derrotó el reino jázaro. El judaísmo pervivió en las ciudades, las estepas y las montañas para ser barrido por la conquista mongol del siglo XIII, exceptuando algunos vestigios que pervivieron en las montañas. El imperio jázaro estaba demasiado bien atestiguado “por fuentes árabes, persas, bizantinas, rusas, armenias, hebreas, e incluso por fuentes chinas" como para ser ignorado, pero Graetz, Dubnow, Baron y Dinur lo rechazaron por considerarlo un fenómeno pasajero, un rompecabezas, o el resultado de una migración masiva de la "Tierra de Israel". El único estudio israelí de los jázaros, realizado por Abraham Polak y publicado por última vez en 1951, aseguraba a sus lectores que ’una gran comunidad judía creció allí, de la cual los jázaros prosélitos eran sólo una parte’". Sand sugiere que en los años 1950 y 1960 "los mercaderes israelíes de memoria" temían "por la legitimidad del proyecto sionista en caso de que se llegara a saber de forma amplia que las masas judías de colonos que se estaban asentando en Palestina no eran descendientes directos de los ‘Hijos de Israel’". "La conquista de la ‘Ciudad de David’ en 1967 debía ser obra de los descendientes directos de la Casa de David y no, Dios nos libre, de descendientes de los curtidos jinetes de las estepas del Volga y del Don, de los desiertos del sur de Arabia o de la costa del norte de África."
Sand también tiene en cuenta el argumento popularizado por Arthur Koestler en La treceava tribu según el cual la migración de los jázaros habría sido el origen de los judíos de Europa oriental, en contra de la opinión sionista estándar según la cual esos judíos emigraron de Alemania occidental (vía Roma y la "Tierra de Israel"). "Jazaria se derrumbó poco antes de la llegada de los judíos a Europa del Este, y es difícil no relacionar ambos sucesos". Desde principios del siglo XIX los jázaros fueron estudiados a fondo por acreditados estudiosos rusos, polacos y soviéticos, tanto judíos como gentiles, y fueron comúnmente considerados como el origen de los judíos de Europa del Este. Polak, y después de él Baron y Dinur reconocieron a los jázaros como el origen de los judíos orientales, aunque todos ellos fustigaron los orígenes proselitizados de los jázaros.
Quizás la fuente más persuasiva citada por Sand sobre los orígenes proselitizados de los judíos ashkenazis sea el lingüista de la Universidad de Tel Aviv Paul Wexler, autor de Los judíos ashkenazis: un pueblo eslavo-turco en busca de una identidad judía (y autor asimismo de Los orígenes no judíos de la judíos sefarditas). Wexler afirma que "el lenguaje conocido como yiddish (...) se desarrolló en el siglo IX en tierras bilingües germano-eslavas como una forma judaizada del sorabo". El sorabo es un idioma eslavo hablado hoy por unas 50.000 personas en Brandenburgo, al sureste de Alemania. "El yiddish no es una ‘forma de alemán’”. Las "pequeñas comunidades judías en los territorios monolingües del oeste de Alemania" no pueden haber sido el origen de los millones de judíos de la Europea oriental. "El judeo-sorabo sufrió una ’relexification" (...) a partir de los siglos IX y X y, como más tarde, a principios del siglo XIII". "El resultado fue (...) el injerto de vocabulario del alto alemán oriental (...) a la sintaxis, fonología, fonotaxis y, en cierta medida, morfología del judeo-sorabo. Así, a pesar de su ‘aire alemán’, el yiddish sigue siendo un idioma eslavo occidental". El hebreo moderno es también una lengua eslava, no un "renacimiento" del antiguo hebreo semita, algo "imposible (...) porque no existen hablantes nativos que puedan proporcionar una norma nativa". "El hebreo moderno simplemente incorpora la sintaxis y el sistema fonético de la lengua yiddish oriental hablada por los primeros planificadores modernos del idioma hebreo en la Palestina Otomana, mientras que su léxico (...) fue sistemáticamente sustituido por vocabulario hebreo tomado de la Biblia y de la Mishná".
Wexler argumenta a partir de la evidencias lingüísticas y de otro tipo "que los judíos ashkenazis han debido de consistir en una mezcla de griegos, romaníes balcánicos, eslavos balcánicos, germano-eslavos y turcos (jázaros, avares) convertidos al judaísmo y sus descendientes, junto con una exigua minoría de judíos étnicos, éstos últimos con toda probabilidad oriundos de otras partes de Europa más que de la propia Palestina”. Por razones lingüísticas, Wexler rechaza la hipótesis de la migración masiva de jázaros, argumentando que hubo más conversión sobre el terreno que migración. "Por lo tanto, el judaísmo contemporáneo se define mejor no como la continuación del judaísmo que sirvió como antecedente del cristianismo y del Islam, sino como una nueva variante judaizada del paganismo europeo (principalmente eslavo) y del cristianismo (...) la mayoría de las características del antiguo judaísmo palestino y del hebreo semita que se hallan en el ‘judaísmo’ ashkenazi y en el ‘hebreo’ ashkenazi medieval/israelí moderno fueron préstamos posteriores y no herencia original subrayado en el original". Esta tesis ha sido oscurecida por el chovinismo filo-alemán y anti-eslávico de estudiosos de ascendencia ashkenazi, tanto judíos como gentiles, debido a sus anteojeras disciplinarias y también a la inercia.
Sand estudia también el racismo sionista, desde el proto-sionista Moses Hess, que "necesitaba una buena dosis de teoría racial para elaborar su ensoñación del pueblo judío", hasta las ideas del padrino de los kibutz Arthur Ruppin "sobre la lucha darwinista de la ‘raza judía’”, incluyendo consultas con "expertos" de la Alemania nazi, hasta el discreto intento de los genetistas israelíes tras 1948 "para descubrir una homogeneidad biológica entre los judíos del mundo" mientras investigaban enfermedades de judíos reveladas por portadores de Tay-Sachs oriundos de Europa del Este, pero también por portadores de favismo yemenitas e irakíes. que subraye “las similitudes genéticas básicas (...) y la pequeña proporción de genes ‘extranjeros’ en el paquete genético de los judíos" condujo a "nuevos hallazgos" que "corroboraron la literatura acerca de la dispersión y el vagabundeo de los judíos desde la antigüedad hasta el presente. Por fin, la biología confirmó la historia "El control israelí desde 1967 sobre una población no judía cada vez mayor", y la consiguiente necesidad de "encontrar una frontera etnobiológica"" en la actual pseudo-ciencia de la "genética judía”.
Israel “se convirtió en líder mundial en la ‘investigación de los orígenes de las poblaciones’”, aunque "los investigadores israelíes (...) mezclaban regularmente mitologías históricas con presunciones sociológicas y con dudosos y escasos hallazgos genéticos". Entre estos se cuentan el ADN mitocondrial que supuestamente demostraría que "el 40% de todos los ashkenazis del mundo descienden de cuatro matriarcas (como en la Biblia)”, y un haplotipo presente en el 50% ciento de los varones llamados Cohen, que "demostraba" que "la casta sacerdotal judía fue realmente fundada por un antepasado común hace treinta y tres siglos”. Esta basura apareció impresa en publicaciones como Nature y el American Journal of Human Genetics, y fue respetuosamente reproducida en Haaretz y en otras publicaciones, pero pocas veces se publicaron opiniones escépticas o hallazgos sensu contrario. "Sin embargo, hasta ahora, ninguna investigación ha encontrado características únicas y unificadoras de herencia judía basadas en un muestreo aleatorio de material genético cuyo origen étnico no sea conocido de antemano (...) a pesar de todos los costosos esfuerzos ‘científicos’ realizados, un individuo judío no puede ser definido de ninguna manera por criterios biológicos”.
El relato del judaísmo que realiza Sand desde la exclusiva genealogía israelita hasta el proselitismo helénico pasando por el proselitismo y la conversión en los márgenes de la Cristianidad, en Arabia, Norte de África, Hispania y entre los jázaros y eslavos, junto con la introversión defensiva posterior al triunfo final del cristianismo, constituye la interesante y convincente historia de una minoría religiosa sometida a fuerzas históricas comunes.
El relato contrario, que nos habla de un pueblo judío unitario expulsado de su patria y errante en el aislamiento de su exilio durante dos mil años hasta que comienza a regresar a finales del siglo XIX d.C., es un mito reaccionario que el sionismo ha desplegado para conquistar Palestina y recabar apoyo para esa conquista. Hoy en día el mito pervive incuestionado tanto en Israel como en el resto del mundo. Nada "ha desafiado a los conceptos fundamentales que se elaboraron a finales del siglo XIX y principios del XX". Los avances en el estudio de las naciones y del nacionalismo no "afectaron a los departamentos de ‘Historia del Pueblo de Israel’ (también conocido como de historia judía) de las universidades israelíes. Ni, sorprendentemente, han dejado huella alguna en la amplia producción de los departamentos de estudios judaicos de las universidades americanas o europeas”. El mito sionista expresa una conciencia judía virulentamente racista. Desde el punto de vista canónico liberal, "cualquier persona que argumentara que todos los judíos pertenecen a una nación de origen extranjero habría sido catalogado automáticamente como antisemita. Hoy en día, quienquiera que se atreva a sugerir que la gente conocida en el mundo como judíos (a diferencia de los actuales israelíes judíos) nunca han sido, y siguen sin serlo, un pueblo o una nación, es denunciado inmediatamente como alguien que odia a los judíos".
En su conclusión, Sand afirma "el estado de ánimo al final de este libro. (…) es más pesimista que optimista”. En su párrafo final pregunta:
"A fin de cuentas, si fue posible cambiar el imaginario histórico de forma tan profunda, ¿por qué no realizar un esfuerzo de imaginación igualmente potente para construir un mañana distinto? Si la historia de la nación judía fue básicamente un sueño, ¿por qué no soñar de nuevo, antes de que se convierta en una pesadilla?".


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