sábado, 28 de enero de 2012

El tiempo entre costuras

Durante la lectura de la novela El tiempo entre costuras de María Dueñas me llamaron la atención sobre todos los demás dos personajes reales y históricos que aparecen en ella: Juan Luís Beigbeder y su amante Rosalinda Fox. Del militar y político Beigbeder existen varias biografías en las que se destaca sobretodo su paso por Marruecos como Delegado de Asuntos Indígenas (el nombre lo dice todo) y posteriormente su nombramiento como Alto Comisaria de España en Marruecos y como Ministro de Asuntos Exteriores del gobierno de Franco hasta que su puesto fue usurpado por el cuñadísmo Ramón Serrano Súñer. Pero quizás lo que menos se suele nombrar de él fue su pasión por el mundo que conoció des de que fue destinado en el Norte de África, su conocimiento del árabe clásico y dialectal y su profundo respeto por el Islam
Pero sin duda la identidad que atrae la atención del lector es la de Rosalinda, la cual después de pasado el tiempo aún sigue envuelta en un halo de misterio. Rosalinda Powell Fox nunca pudo imaginar que llegaría a vieja. A muy vieja, exactamente a los 96 años con los que murió, hace tres, en Guadarranque (Cádiz). Falleció en una casa que estuvo en un paraje idílico, cuando ella compró los terrenos, y acabó rodeada de chimeneas industriales, cuando Franco decidió instalar cerca un polo químico.
El dictador, seguramente sin saberlo, fastidiaba así por segunda vez a esta inglesa menuda que llegó un día al norte de África enferma de tuberculosis bovina; una mujer distinguida que había estado seis meses atada a una cama para curarse sin éxito; alguien por la que ningún médico hubiera apostado. Ni ella misma. Se ignora si era modesta o no, pero en el libro en el que contó parte de sus aventuras, La hierba y el asfalto, decía que Churchill le agradeció sus labores a favor del Reino Unido en la Segunda Guerra Mundial.
La primera vez que Franco hizo daño a esta inglesa -espía, amante y aventurera, que se crió y casó en Calcuta fue en 1940- fue cuando cesó de manera fulminante y traicionera a su amante, Juan Luis Beigbeder, anterior alto comisionado en África, anglófilo por Rosalinda, extravagante, mujeriego, políglota, cultísimo y contrario, gracias en parte a la persuasión de su amante, a que España prestara ningún tipo de apoyo a Alemania e Italia en la Segunda Guerra Mundial. Justo lo contrario que opinaba el rubio y apuesto Serrano Suñer, su sucesor en la cartera de Exteriores, casado con una hermana de Carmen Polo, Zita.
Beigbeder (izq) junto Súñer (der)
A Beigbeder, su aventura con la inglesa le costó un exilio en Ronda. A Serrano Suñer, poco tiempo después, su lío con otra aristócrata, pero española, la Marquesa de Llanzol, le costaría la salida de los círculos de poder del Régimen. El cuñadísimo vivió mucho más. Beigbeder murió a los pocos años, con la casa de Guadarranque ya construida: mirando a Tánger y con parte del artesonado de su morada de Tetuán. Por entonces, trabajaba en una inmobiliaria en Madrid, mientras Rosalinda arreglaba papeles y cuentas corrientes en Inglaterra.
La historia de Rosalinda tiene pocas fuentes. El periodista especialista en el Magreb Domingo del Pino escribió un amplio artículo en la revista Afkar sobre su condición de aristócrata intrépida, conductora de un pequeño Austin rojo camino de las fronteras del norte de África como posible espía al servicio de Su Majestad británica. Fue ese escrito el que llamó la atención de María Dueñas, que vio allí material para su exitosa primera novela, El tiempo entre costuras. En ella se inventa a una protagonista, Sira, a la que Rosalinda convertirá en una espía con un taller de alta costura en Madrid como tapadera. Sira acude a Embassy a la hora del aperitivo para transmitir sus mensajes a Alan Hillgarth, jefe de los servicios secretos ingleses en la capital durante aquella época postbélica en España y prebélica en el mundo.
Parte de la familia de María Dueñas vivió en Tetuán, así que no le fue difícil recrear el ambiente del muchas veces olvidado Marruecos español. En las páginas de la novela no podían faltar los años más apasionantes de Tánger, aquellos años de la Segunda Guerra Mundial en los que espías, millonarios, bellezas cosmopolitas y un tanto disolutas, refugiados judíos, se daban cita en la barra del hotel Minzah, donde Dean preparaba los cócteles. Un ambiente en el que claramente se inspiró Casablanca, la película que se tenía que haber llamado Tánger.
Rosalinda Fox
Cuando Rosalinda Powell Fox murió, hace apenas tres años, en Guadarranque, poca gente sabía que aquella viejecita frágil y nonagenaria pudiera haber tenido influencia en la política europea en los años previos al estallido de la Segunda Guerra Mundial. Aquella anciana de ojos azules, que, según la última señora que la cuidó, era «muy distinguida y elegante» más que un bellezón, enamoró en el 38 a Juan Luis Beigbeder.
Myra es una irlandesa que ahora vive en San Roque y una de las últimas amigas de Rosalinda. Le solía llevar una barra de labios de Chanel porque la inglesa fue presumida hasta el final y todo un carácter, según cuenta la señora que la cuidó los últimos años. En aquella casa queda una inmensa estantería con todo tipo de libros, «de Shakespeare, a best sellers, de flores, de historia, parece difícil leerse eso en una vida», dice Nicolás, el hijo de los guardeses.
Luis Cuervo fue también amigo tardío de Rosalinda. Este diplomático afincado en la zona de Sotogrande fue compañero de bridge de la inglesa y le prologó El césped y el asfalto, una recopilación de recuerdos que publicó para sus amigos en una pequeña editora local, disponible ahora en Internet por más de 100 euros el ejemplar. «Le dije que tenía que escribir algo más serio, que aquello era un poco sentimental», cuenta Cuervo.
Y es que Rosalinda Fox fue de esas personas que tuvo la suerte de vivir en los sitios más apasionantes de cada momento. Estuvo en los juegos olímpicos de Alemania antes de la Guerra y allí conoció al general Sanjurjo, con el que volvió a coincidir en Portugal, país al que se marchó Rosalinda desde Inglaterra buscando buen tiempo y una colonia inglesa.
Cuando Estoril se puso demasiado caro, llegó a Tánger y allí fue donde, en 1938, se consumó el romance con Beigbeder, mucho mayor que ella, feúcho y apasionado del Magreb. En su libro, nunca dice que fue espía pero basta con leer entrelíneas. Puede ser que se acercara al militar franquista por mero interés pero aquello se convirtió en una apasionada historia de amor.
María Dueñas
A pesar del horror de chimeneas industriales, nunca quiso dejar aquella casa de Guadarranque que le pidió construir Beigbeder con vistas a Tánger. En casa de Rosalinda, en Guadarranque, hay papeles y fotos para reconstruir una de esas biografías apasionantes de entreguerras. José Mario Armero, ex director de Europa Press y muñidor de la transición, ya fallecido, tiene una biografía inconclusa de Beigbeder, un personaje fascinante del primer franquismo que acabó urdiendo planes contra el Régimen desde EEUU. Se sabe que estuvo invitado por los Windsor en las Bahamas y que quiso instaurar un gobierno provisional monárquico en Tánger. Allí donde daban las vistas de su casa de Guadarranque.
Para más información sobre la novela y situar sus ambientes y personajes se puede visitar el blog de la autora:
.-
eltiempoentrecosturas.blogspot.com

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